Revista Killkana Sociales Vol. 5, No. 3, septiembre-diciembre, 2021
6 Teresa Arteaga y col.
expresión oral ante un público numeroso donde de hecho es más marcada que en la mayor parte
de una conversación frente a frente” (Otte, 2016, p. 46). En este sentido, los vendedores repiten
una y otra vez las expresiones que presentan sus productos de manera que los compradores
vayan directamente a su puesto y no a otro. Además, en la oralidad se presenta como unidad
básica el “enunciado”, “entendido como el producto concreto y tangible de un proceso de
enunciación realizado por un Enunciador [el vendedor] y destinado a un Enunciatario [el
comprador]. Este enunciado puede tener o no la forma de oración” (Calsamiglia & Tusón, 2001,
p. 17). Estos al combinarse constituyen un “texto”, que “debe ser entendido como un hecho
(acontencimiento o evento) comunicativo que se da en el transcurso de un devenir espacio-
temporal” (Calsamiglia & Tusón, 2001, p. 18).
Las palabras, las frases y las exclamaciones, entendidas como enunciados que utilizan
los vendedores, pueden ser agrupadas en diferentes categorías: la calidad y la cantidad
del producto, el precio, y la relación con el cliente (véase tabla 1), como “formas orales muy
distintivas que son completamente diferentes del habla de la conversación cotidiana, es
decir” (Denny, 1995, p. 95). Para este caso concreto, podemos referirnos a una retórica de la
negociación, tanto por parte del vendedor como del comprador. Para este hecho comunicativo
se debe considerar:
quienes participan en él se supone que lo hacen a partir de unos estatutos y papeles
característicos, utilizan instrumentos verbales y no verbales apropiados y actúan en el
tono o clave también apropiados para los nes que pretenden, respetan unas normas
de interacción que regulan cómo se toma la palabra, si se interrumpir o no, etc., y unas
normas de interpretación que les guían a la hora de dar sentido a lo que se dice aunque
sea de forma indirecta o implícita, normas que, desde luego, se pueden transgredir o
aplicar de forma equivocada, dando lugar a malentendidos o a equívocos –deseados
o no– (Calsamiglia & Tusón, 2001, p.18).
En cuanto al precio, en primer lugar, el valor de un dólar se presenta como la
generalidad de un costo barato. Es decir, podemos encontrar un pilo –porción amontonada de
algún producto-, un balde –de medio galón, de un galón-, un atado –un racimo– a este valor.
Aquí también se pude observar la relación del costo con la cantidad del producto. A esto se
suma, que el precio dado a los diferentes productos son ofertados, siempre, desde la lógica
de una compra a “precio de mayorista”. Así, las expresiones “¡de remate!” y “¡estamos de
promoción!” se presentan como un leitmotiv en la oferta al cliente.
Por otro lado, existe una constante apelación al cliente, pues los vendedores sin
esperar una pregunta, responden casi automáticamente cuando alguien pasa o se acerca a
su puesto de venta. Esto se puede observar en las expresiones como “¡Sí, hay hablas, sandía,
carne, etc.!”. Este llamado de atención parecería ser como una suerte de recordatorio de lo
que tiene que llevar a su casa quien compra; y esto, se hace aún más evidente con la expresión
“¡Busca justamente esto!”.
Además, al cliente hay que seducirlo/persuadirlo no solo con el producto y el precio,
sino con la actitud con la que se lo recibe. En este sentido, el puesto, siempre, se presenta
abierto a las necesidades, en una constante invitación a ser visitado: “¡Venga, venga!”. Esta
situación se entiende, ya que incluso en las conversaciones más informales “pueden verse
como rituales a través de los cuales nos presentamos a nosotros mismos, negociamos nuestra
imagen y de las personas con quienes interaccionamos, así como negociamos el sentido y el
propósito de nuestras palabras y acciones” (Goffman en Calsamiglia & Tusón, 2001, p. 20). Por
ello, el cliente es “señito” (apócope de señora, más el diminutivo), “reina”, “mi amor”, “gatito” –