Revista Killkana Sociales Vol. 5, No. 2, mayo-agosto, 2021
Las Bananeras y la masacre de Guaya-
quil: literatura y génesis
The Banana Massacre and the workers' massacre in
Guayaquil: literature and genesis
Resumen
Se presenta una investigación vinculante con los estudios sociales y literarios, a propósito
de la masacre de las Bananeras, sucedida en 1928, en Colombia; así como la masacre obrera
de Guayaquil, de 1922. Se pretende establecer sus características, versiones, contextos y
semejanzas, a partir de estudios relacionados con el abordaje que se recrea en las obras
literarias representativas de dichos sucesos: Cien años de soledad, de Gabriel García
Márquez, para el primer caso, y Las cruces sobre el agua, de Joaquín Gallegos Lara, para el
segundo. Se busca sustraer hallazgos investigativos que, con la pertinente confrontación,
permitan levantar conclusiones, desde los estudios sociales y los literarios, que favorezcan
la dilucidación de puntos comunes que conlleven a reconstruir la memoria histórica.
El tipo de investigación considerado es el cualitativo, con un diseño hermenéutico de corte
comparativo, teniendo en cuenta, a su vez, el ejercicio interdisciplinario entre la historia y
la literatura. Desde esto, se estima, como problema de investigación, qué paralelo puede
sustraerse de Cien años de soledad y Las cruces sobre el agua en torno al contexto de
las Bananeras y la Masacre obrera de Guayaquil, respectivamente, de dos referentes del
canon literario en Colombia y Ecuador. Para tal fin, el objetivo principal es analizar, desde
los estudios sociales y literarios, los escenarios y circunstancias de dichas masacres,
a partir de sus principales registros literarios. Así, se proyecta la resolución de la hipótesis:
Artículo original. Revista Killkana Sociales.Vol. 5, No. 2, pp. 37 - 50 , mayo-agosto, 2021.
p-ISSN 2528-8008 / e-ISSN 2528-087X. Universidad Católica de Cuenca
Manuel Felipe Álvarez-Galeano
1
*
1
Universidad Nacional de Córdoba, Argentina.
Doctorando en Estudios Sociales de América Latina,
mención: Sociología
Nace en Medellín, Colombia. Es lólogo hispanista, por la Universidad de Antioquia; máster en
Estudios Avanzados de Literatura Española e Hispanoamericana, por la Universitat de Barcelona.
Es editor, conferencista, docente, pintor e investigador de estudios sociales y suicidológicos.
Ha ganado el V Premio Literario “Letras de Iberoamérica”, en México; dos veces el Premio
Literatudo “Monteiro Lobato”, en Brasil, y el XI Premio Internacional “Ermelinda Díaz”, de Chile,
entre otros.
* galeanopippo@gmail.com
DOI: https://doi.org/10.26871/killkanasocial.v5i2.829
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las Bananeras y la Masacre obrera de Guayaquil tienen vigencia en la memoria histórica,
gracias, en considerable medida, a la gestación de sus obras literarias representativas.
Palabras clave: economía, estudios sociales, historia, masacre, literatura.
Abstract
A binding investigation with social and literary studies is presented, regarding the Banana
Massacre, which took place in 1928, in Colombia; as well as the workers' massacre of
Guayaquil, of 1922. It is intended to establish its characteristics, versions, contexts and
similarities, based on studies related to the approach that is recreated in the literary works
representative of said events: Cien años de soledad (One Hundred Years of Solitude), by Gabriel
García Márquez, for the rst case, and Las cruces sobre el agua (The crosses on the wate),
by Joaquín Gallegos Lara, for the second. It seeks to subtract investigative ndings that,
with the pertinent confrontation, allow to draw conclusions, from social and literary studies,
that favor the elucidation of common points that lead to reconstructing historical memory.
The type of research considered is qualitative, with a comparative hermeneutical design,
taking into account, in turn, the interdisciplinary exercise between history and literature.
From this, it is estimated, as a research problem, what parallel can be subtracted from
Cien años de soledad (One Hundred Years of Solitude) and Las cruces sobre el agua
(The crosses on the wate) around the context of the Banana Massacre and the Workers'
Massacre of Guayaquil, respectively, from two references of the literary canon in
Colombia and Ecuador. To this end, the main objective is to analyze, from social and
literary studies, the scenarios and circumstances of these massacres, based on their
main literary records. Thus, the resolution of the hypothesis is projected: the Banana
Massacre and the Guayaquil workers massacre have validity in historical memory,
thanks, to a considerable extent, to the gestation of their representative literary works.
Key words: economy, history, literature, massacre, social studies.
1. Introducción
Este trabajo es una mirada cualitativa, hermenéutica y comparativa de dos sucesos
que, hasta la actualidad, persisten en la memoria colectiva de Colombia, de Ecuador y de
América Latina. Entre la extensa amalgama de gestos culturales que unen a estos países, la
violencia y el dolor también se han suscrito como asimilaciones convexas, en cuyos orígenes
y circunstancias hay puntos comunes que ayudan a comprender, sociológicamente, la
forma como se ha construido la historia de cada nación. Sin embargo, dichos análisis y
sustentación de la memoria no solo competen al estudioso social, pues ciertas corrientes
literarias apuestan por dialogar con los momentos históricos. De este punto se discierne la
limitación principal, pues es menester sopesar, con precaución y acierto, el lenguaje de los
estudios sociales y el literario.
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Dicho lo anterior, si bien en el texto literario hay una representación estética de los
hechos, no se puede asumir como documento historiográco; pues la dirección del narrador
es la mímesis. En virtud de que la memoria de muchos pueblos también es cantada por
sus poetas —véase cómo la obra homérica permitió comprender hechos como la Guerra de
Troya—, resulta enriquecedor recrear la masacre de las Bananeras, acontecida en Colombia
en diciembre de 1928; así como la Huelga general de noviembre de 1922, en Ecuador:
acontecimientos en los que se centra este análisis, desde la mirada representativa de Cien
años de soledad, de Gabriel García Márquez, para el primer caso; y Las cruces sobre el agua,
de Joaquín Gallegos Lara, para el segundo. Por ende, se asume, como variable independiente,
las masacres obreras, con sus respectivas variables dependientes: Colombia, Ecuador, en lo
que concierne al tópico espacial; 1928 y 1922, en el temporal, además de la medida literaria
de las obras en mención, construyéndose la otra variable.
Asimismo, las referencias de los estudios sociales también es menester evocarlas,
para ampliar la mirada cientíca de los hechos; en tal propósito, este trabajo plantea
preguntas sobre los móviles, circunstancias y consecuencias de los sucesos, que tuvieron
una derivación económica concluyente en crisis sociales que obedecen a génesis con
gestos similares entre las relaciones de poder, la inuencia del Estado en el conicto, las
repercusiones sociales, las formas de orden y las derivas geopolíticas que inuyeron en el
desarrollo de la violencia, así como el nicho cumplido por la lucha sindical. Por consiguiente,
como base de análisis, se comprenden los interrogantes: ¿en qué nivel la representación
literaria de estas masacres inuye en la memoria colectiva?, ¿hasta qué altura hay
semejanzas o diferencias, en sus origen, contexto y consecuencias? y ¿cómo alentaron el
ímpetu de la lucha sindical de las décadas posteriores a la de 1920?.
Dicho esto, considerando el interés para el campo académico y profesional, es
una investigación que invita a reasumir la memoria histórica y la valoración de las obras
literarias que tienen su fundamento en esta, reconociéndose, además, la relevancia que
tiene el ejercicio de análisis interdisciplinario, como forma de enriquecimiento del ocio
cientíco, con los retos epistemológicos que esto conlleva. Además, el escenario dispuesto
en las variables resulta signicativo para la sociedad del conocimiento en Ecuador, Colombia
y América Latina.
2. Marco teórico
Dentro de la concepción fenomenológica de los estudios sociales y, particularmente,
de la investigación que ahora ocupa, es necesario concebir las masacres desde el ensema
de la violencia; por ende, el aporte de Ansaldi & Giordano (2014) América Latina. Tiempos de
violencias explica, desde distintas perspectivas, la esencia de estos conictos. De manera
semejante, la dinámica opresora del Estado cuenta con la cabal premisa de restablecer
el orden, en que la concepción del orden tiene un conglomerado de acciones y costos
macabros, como es el caso de ambas masacres. Así, dicha consideración se reconoce desde
el aporte de Ansaldi & Giordano (2016), titulado América Latina: la construcción del orden.
Desde la perspectiva económica, es claro que la génesis de los sucesos en cuestión
tiene una marcada impronta de las derivas capitalistas y las prácticas de subyugación
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social desde las élites, por medio del aparato estatal; frente a esto, el trabajo «Los cambios
de los sectores dominantes en América Latina bajo el neoliberalismo», de Basualdo &
Arceo (2006), ofrece antecedentes de la problemática en este sector del globo. Los lentes
de observación hacia el nicho humano desde su participación en el statu quo, en que los
roles preestablecidos están mediados por el poder y la plutocracia, dentro de un régimen
de desigualdad, es tratado magistralmente por Cardoso & Faletto (2002), en su trabajo
Dependencia y desarrollo en América Latina y, desde un perlamiento del fenómeno, a
partir de la concepción geopolítica, resulta complementario el trabajo «Estructura social y
espacio geográco», de Bushnell (2003).
Finalmente, es perentorio señalar el signicado canónico y memorial de los textos
base para esta investigación: Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez (1976),
considerada una de las obras cumbre de la literatura latinoamericana, y Las cruces sobre
el agua, de Joaquín Gallegos Lara (2016), estimada como uno de los emblemas del realismo
social ecuatoriano. Ambas se suscriben como retrato simbólico y estético de las masacres
en mención, como forma de tejer la memoria literaria, desde un paradigma analítico que
comulgue con los estudios sociales.
3. Metodología
Se trata de un enfoque metodológico cualitativo, considerado por Cook & Reichardt
(1986) como un paradigma que apuesta por la fenomenología social y el reconocimiento
problémico que parte de una premisa hipotética. En este caso, se trata de un ejercicio de
observación que comulga la argumentación analítica con la línea descriptiva de la información;
por ende, el diseño es hermenéutico que, desde los aportes de Gadamer, supone una vía de
acercamiento desde la dualidad intérprete-texto y que, actualmente, se usa como derivación
cualitativa que reconoce los textos literarios y de los estudios sociales desde una dinámica
interpretativa. Por consiguiente, los datos ofrecidos desde la sociología y la historiografía
sobre los sucesos en mención sirven para establecer una línea de abordaje que invita, primero,
a la decodicación y, después, a la argumentación (Oñate, 2016).
Para este n, se precisa de un corte metodológico de carácter comparativo, que,
según Colino (2009), apunta hacia una medición de variables epistemológicas que pueden
tener una relación parcial de diferencia o semejanza. Para este estudio, se plantea, por
tanto, un plano de observación de las características contextuales de ambas masacres,
así como un paralelo estético y factual de las dos obras literarias, a n de alimentar la
resolución de la hipótesis y las preguntas de investigación. De este modo, el escenario de
los años 20, en materias económica y social, tiene fundamentos semejantes que evocan
máximas globales que son levantadas por medio de un proceso de recolección de datos a
partir del cotejo bibliográco.
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4. Resultados
1. Las convulsiones socioeconómicas de la década de 1920
La reexión sobre la violencia inquiere el reconocimiento de sus orígenes y
paradigmas, en los que el elemento político supone un marco derivativo e imprescindible de
estudio, como justican Ansaldi & Giordano (2014): «Pensar la violencia o, mejor, el empleo de
la violencia en América Latina, supone analizar las condiciones sociohistóricas que hicieron
posible su generalización» (p. 28). En tal orden, ambos hechos comparten aspectos que
pueden representar una comunión entre coyunturas que, a su vez, dirigen a un marco relativo
o abarcador de generalidad. Las dinámicas en que se forjaron Colombia y Ecuador, a la altura
de los años veinte, mantenían un origen de diversidad que discutía con el principio centralista
del Estado, toda vez que las regiones sostuvieron un múltiple ahínco económico y sociopolítico
que obedeció a las particularidades en que estas han marchado y que construyeron un relieve
autónomo que las diferenció: «La consolidación del Estado en estos países [también Bolivia
y Perú] estuvo fuertemente condicionada por una profunda heterogeneidad geográca y
social, que derivó en un “particularismo localista” o “dispersión regional del poder”» (Ansaldi &
Giordano, 2016, p. 547).
Asimismo, el contexto que anticipó este panorama marcó una discusión entre la labor
obrera urbana y la rural, sobre todo cuando a inicios del siglo XX se pronosticó un fulgor en el
sector industrial, bajo una determinación de los intereses económicos en distintos sectores,
así como desde la priorización de las inversiones extranjeras y su inujo en el mercado interno,
especícamente en lo que concierne a las industrias bananera y petrolera:
A comienzos del siglo XX, se advierte una recuperación de la economía industrial, y
esto como consecuencia de la dirección hacia el mercado interno que los sectores
burgueses dan a las inversiones, hecho del que derivo no sólo un robustecimiento
de la expansión urbana en el primer cuarto de siglo, sino también el aumento de
la diferenciación social; se amplía la “pequeña burguesía” y surge un sector obrero
urbano agrícola como consecuencia tanto de la incipiente industrialización, como de
la explotación extranjera del petróleo y del banano (Cardozo & Faletto, 1978, p. 76).
Ambas masacres se suscribieron en un marco de signicativo dinamismo económico
y en torno a productos emblemáticos que asentaron un escenario cultural y, a su vez, un núcleo
de conicto: el caso del banano, en Colombia, tuvo una presencia determinante en términos
de poder, pues este país se convierte, a esa altura, en el tercer exportador del producto; García
Márquez (1976), en la novela mencionada, así lo recrea: «Había pasado más de un año desde
la visita de míster Herbert, y lo único que se sabía era que los gringos pensaban sembrar
banano en la región encantada […]» (p. 197). Esta mención puede aludir a que, mientras el
café tuvo soberanía nacional, la explotación del banano estuvo bajo la potestad de capitales
extranjeros, especícamente de la United Fruit Company (UFCo) (Ansaldi & Giordano, 2016). Sin
embargo, esta distinción entre las dinámicas como funcionaron ambos productos tuvo una
desavenencia que se vislumbró en el fondo de la producción interna y la apertura del mercado,
que desfavoreció el café, cuando este, si bien superaba el monto de las exportaciones del
banano, se abría «en función del mercado exterior, en un proceso de franca declinación»
(Cardoso & Faletto, 2002, p. 98).
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El conicto con esta rma norteamericana se originó cuando estipuló que los
derechos de los obreros estuviesen en manos de contratistas y no directamente de la
compañía, presuntamente para eludir obligaciones del régimen laboral del país, que tenía una
legislación desde 1915. Además, se implementó el pago a través de bonos o vales redimibles en
comisariatos que cobraban un porcentaje a los obreros; por tanto, hubo una disonancia entre
las garantías de los trabajadores y los intereses de la compañía.
La violencia, en este punto, se asume como resultado de cortarse con el doble lo
de las numerosas ofertas laborales que no siempre se traducen en calidad de vida, la que se
da con las garantías para ociar el trabajo: «Una economía con altos niveles de empleo suele
generar más posibilidades de conictos, de violencia variable» (Ansaldi & Giordano, 2014, p.
2). De tal manera, esta relación trazó una forma de repensar la intromisión del Estado entre
la mano obrera y agentes externos que inuyeron considerablemente en la arritmia que agitó
la relación entre el sector público y el capital privado; además que la fuerza sindical ponía
reiterados jaques dentro del diálogo oligárquico entre la gran empresa y el poder político.
Este análisis, sobre todo en la causal de la descomposición que afrontó Ecuador, cuando el
Estado perdió el control de la relación importaciones-exportaciones, se puede comprender en
la fórmula que plantea Basualdo (2016):
El proceso de sustitución de importaciones en América Latina había tenido (…)
acentuados rasgos comunes: el fuerte peso del Estado como orientador del proceso
y agente productivo; el control público de los ujos nancieros orientado a apoyar
el proceso de industrialización, y la estrecha articulación entre la expansión de la
capacidad productiva (a cargo, preponderantemente, de empresas especializadas) y
el consumo interno (p. 16).
En Ecuador, la marea tuvo similares vientos, aunque con diferencias esenciales;
especícamente en que el sistema de hacienda del país caribeño «no fue un factor de cohesión
tan primordial como en Perú y Ecuador» (Ansaldi y Giordano, 2016, p. 548); en este, también
tuvo mayor resonancia un producto representativo, el cacao, y que tiene registros de relevante
auge desde siglos atrás y que ha forjado el interés y eventos migratorios de grupos humanos
de otras regiones: «[…] otros indios de montaña, por no mencionar los mestizos, se abrieron
camino hacia la llanura costera de Guayaquil, donde la producción de cacao aumentaba
con rapidez» (Bushnell, 2003, p. 120); empero, la reducción del precio de cotización —de 8
a 4 sucres la libra— fue una de las causas del brete social hacia 1922. Esta semilla conguró
cómo se pensaba la economía del país, particularmente desde un eje regional, la costa, donde
desde nales del siglo XIX «los terratenientes cacaoteros y los sectores encargados de la
comercialización de la fruta, muchas veces provenientes de la misma clase terrateniente,
pronto se vieron beneciados por el aumento de la producción» (Ansaldi & Giordano, 2016,
p. 550). La dicultad estribó en el alba de los años veinte por la falta de divisas, el exceso de
importaciones y la reducción, cada vez más abismal, de las exportaciones, situación retratada
por Gallegos (2016): «La escoba de bruja... la peste... el cacao se acabó» (p. 190).
2. La simbología literaria, en el marco de la lucha sindical
El conicto en Ecuador, a diferencia del caso colombiano, tuvo gran apoyo de otros
gremios como el de los carpinteros, artesanos, ferroviarios, sastres y panaderos; en este
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último, se enmarca la lucha obrera en la novela de Gallegos (2016): «[…] si en la actualidad
hubiese esclavos, habría que hacer como ese que se alzó. Soportar como hacían los demás
panaderos ¿no equivalía a someterse a un amo? Por lo mismo había rechazado de muy chico
ser paje de casas de blancos» (p. 211). Puede contemplarse cómo se adopta el ocio de
panadero como un tipo de esclavitud, que remite al ahogo social de ese momento.
Vale decir que uno de los puntos comunes, tanto en estas obras literarias como
en el contexto regional, es que acontecen en la costa; para el caso colombiano, hubo un
signicativo aporte de la integración en los pueblos de la zona del Magdalena para formar
los sindicatos y conuir en Ciénaga, donde ocurrió la masacre, los que buscaban mejorar sus
salarios y condiciones de trabajo y se vincularon para la agitación que duró desde 1918 hasta
nales de la década de 1920 (Ansaldi & Giordano, 2016). En Ecuador, de su parte, la integración
se forjó, mayoritariamente, entre los gremios de Guayaquil, salvo la intervención resonante
de Durán, cantón vecino de la «Perla del Pacíco»; esto atiende a la importancia que dicha
ciudad ejerce dentro de la región litoral, al establecerse como puerto y centro mercante, así
como la dicotomía que constituye con el núcleo político nacional y de la Sierra, Quito.
A más, este artefacto económico plantea una discusión sobre la exacerbada relación
colonial que se mantiene sobre el aparato productor y que alía las ópticas rural y urbana en
clave de un mismo eje de capital que se concentra en dichos epicentros urbanos, a la vez que
revelan un plano de generalidad que permita comprender el contexto en que se dio el conicto:
«La explotación del cacao era parte del legado colonial y fue la actividad primaria que impulsó
el desarrollo en Guayaquil como centro económico, al lado de la tradicional ciudad de Quit
(Ansaldi & Giordano, 2016, p. 550).
En función de los productos base en que se centraron las dos masacres, es preciso
referir que la deriva geopolítica inuyó en la dicultad de dominio del Estado sobre el producto
bananero, para el caso de la costa colombiana, y del cacao, para el de la ecuatoriana. Sin
embargo, en Ecuador, quienes hicieron la primera huelga fueron los ferroviarios de Durán, que
pertenecían a la compañía Guayaquil and Quito Railway y, luego, los de la Empresa Eléctrica,
como vivica Gallegos (2016): «Desde la primera huelga, la de los ferroviarios de Duran, pensó
en ellos. ¡Qué desgracia que el gremio anduviera así aplanado! Su taita y su tío Adolfo le habían
conversado cómo eran los obreros de panadería, de otros años» (p. 222). Esto declara que,
mientras en Colombia el conicto se detonó por el banano y fueron los gremios adscritos a
este sector los que tuvieron mayor inuencia, en Ecuador hubo un ejercicio más integrado de
otros gremios, aunque menos expandido territorialmente.
Además de los productos mencionados, el ferrocarril también tuvo una maniesta
simbología en el apremio y en el escenario literario. Desde la Revolución industrial, este
invento fue el estandarte del discurso desarrollista, en virtud de que, por medio de este, es
posible el dinamismo industrial. A Aracataca —de donde es originario García Márquez— el tren
llegó en 1911 y se dirigió hacia Santa Marta, a una hora del pueblo del Nobel, cuyo reejo es
constante en su obra literaria: «Fue entonces cuando concibió el paso decisivo no sólo para
la modernización de su industria, sino para vincular la población con el resto del mundo. —
Hay que traer el ferrocarril –do» (García Márquez, 1976, p. 190). Como puede verse, el tren
representa la inclusión de una ciudad ante el mundo y el interior, dentro del prototipo del
desarrollo; esto se justica, con mayor precisión, en lo que Cardoso & Faletto (1978) mencionan:
«las compañías bananeras ejercen el virtual monopolio de los ferrocarriles y de los puertos
fruteros de embarque» (p. 98).
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De otra parte, el Ferrocarril Trasandino o Ferrocarril del Sur, impulsado por Alfaro en la
década de 1870, tuvo semejante mímica, pues uno de sus nes era unir el Puerto Principal con
la capital administrativa. No se conoce un registro detallado de la inuencia de la Sierra en
las huelgas de 1922 en Guayaquil; no obstante, la primera implementada por los ferroviarios,
según se precisa en Las cruces sobre el agua, tiene una anotación o consecuencia coherente,
pero que no se discutió con propiedad en la época: «La lucha ferrocarrilera sólo se sintió en
la escasez de víveres de la sierra» (Gallegos, 2016, p. 211). De este modo, se inere que esta
masacre obrera en Ecuador fue un suceso directamente vinculado con la Costa y no tanto con
inuencia del interior.
3. Génesis y personajes
Desde otro punto de vista, el rol del sindicalismo fue determinante en términos de
logística, univocidad, aliento y amalgamiento entre sectores, para el caso ecuatoriano,
y de regiones, para el colombiano. En las Bananeras, que ya contaba en 1928 con cerca de
25000 obreros, se levantaron comités y asambleas que maquinaron toda la sublevación, y
hubo células en las ciudades o municipios de impacto del conicto, donde se discutió los
términos del procedimiento y en que los colonos campesinos tuvieron vinculación directa.
El tono político o partidista no tuvo una resonancia relevante, si se mira el fondo ideológico
del caso ecuatoriano, que tuvo una participación considerable de grupos con una corriente
política denida como la Federación de Trabajadores Regional del Ecuador (FTRE) que tenía
una inclinación anarcosindicalista.
No obstante, en Cien años de soledad, se evidencia el estereotipo con que se vincula
a quien opina en contravía del supuesto orden o del statu quo: «Esto es lo último que nos
faltaba […] Un anarquista en la familia. La huelga estalló dos semanas después y no tuvo las
consecuencias dramáticas que se temían. Los obreros aspiraban a que no se les obligara a
cortar y embarcar banano los domingos […]» (García Márquez, 1976, p. 247). Adicionalmente,
en este extracto se puede observar uno de los puntos del pliego de peticiones de los síndicos
bananeros, el derecho al descanso, como se verá más adelante.
Ambos escenarios plantearon el surgimiento de líderes que fueron determinantes, no
solo en los pliegos de petición sino en la gestión de las movilizaciones: Raúl Eduardo Mahecha,
de origen campesino, fundó un movimiento sindical que tuvo un inujo de voces memorables
como la de María Cano y tejió parte de los puntos del documento de demandas y peticiones
de los bananeros. El pregón de aliento que coreó el grupo de hombres, mujeres y niños que
llegaron a Ciénaga el 5 de diciembre de 1928 fue «¡Viva Colombia libre!, ¡viva la huelga!», que
se mantuvo hasta que los soldados prendieran fuego.
Esta unión de los distintos sectores de la población se guio también bajo la prédica de
una frase que animó la huelga con un fervor que retumbó en el centro de Guayaquil y que tuvo
la inuencia de líderes que llevaron la bandera reaccionaria; para el caso de los sublevados de
1922, quien elevó el lema de lucha fue José Vicente Trujillo, quien proclamó ante la multitud:
«Hasta hoy el pueblo ha sido cordero, pero mañana se convertirá en león». Asimismo, el bando
militar tuvo a la cabeza dos guras: el general Cortés Vargas, quien guio a los 300 soldados
instalados en la estación del ferrocarril en Ciénaga, y el general Enrique Barriga, en Guayaquil.
Una imagen hipotética del caso del general Barriga pudo ser, en parte, la recreación que
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Gallegos (2016) hace: «El jefe de zona, el general Panza, era un serrano, chupista insigne» (p.
195); sin embargo, es apresurado armar que se trataría del mismo ente, dada la intención
estética y no historiográca de la novela.
Además, para hablar en clave de la disposición del orden social y político, esta
década marcó el pulso iniciado de la anterior, cuando ya surgía una incipiente náusea social:
«Aunque hubo conictos, estos no afectaron el orden sino hasta 1910, si bien la situación
social fue muy tensa, incluyendo acciones de violencia, como ocurrió en 1928» (Ansaldi &
Giordano, 2016, p. 552). También, esa conguración del orden se da tras las decisiones que
recayeron en la población y se transmitieron directamente a los generales: Barriga tuvo el
mandato del presidente Tamayo de restablecer el orden en Guayaquil para el ocaso del 15 de
noviembre, al precio que fuese.
De otro lado, el orden en las revueltas de los bananeros tuvo una medida de coerción
que, en la madrugada del 6 de diciembre, prohibía asambleas y reuniones de más de tres
personas, además de un decreto legislativo, enviado desde Bogotá, que designaba funciones a
Cortés Vargas para aplicar procedimientos, menguado, a su vez, en una disposición de estado
de sitio en la ciudad. En este punto, el Ministerio de Guerra fue determinante. García Márquez
(1976) reeja dicho mandato, en un marco en que los militares no optaron por una vía pacíca,
más allá de que algunas fuentes reeren que los militares sí hicieron medidas previas al fuego
y, en tal inclinación, no hubo acato por parte de los huelguistas: «La ley marcial facultaba al
ejército para asumir funciones de árbitro de la controversia, pero no se hizo ninguna tentativa
de conciliación» (p. 254). Asimismo, se dice que hubo tiros al aire de parte de los militares en
Guayaquil y que intentaron, presuntamente, contrarrestar así la huelga.
Otra semejanza denitoria entre ambas masacres fue las características del pliego
de peticiones. Los nueve puntos enumerados por los sindicalistas bananeros fueron el
pago de un seguro colectivo obligatorio y de uno contra accidentes laborales; el derecho al
descanso dominical, como se ve en el fragmento de García Márquez, líneas atrás; aumento
de los jornales; eliminación de los comisariatos; pagos semanales y en efectivo; abolición de
los vales; supresión de los intermediarios en los contratos, y la creación de hospitales. Estos
nueve puntos tuvieron una paradójica reprimenda por parte de los militares y que muestra una
anomia en el establecimiento del «orden», pues presuntamente uno de los coroneles, tras la
masacre, dejó nueve cadáveres visibles como respuesta alusiva a la cantidad de puntos del
pliego, nueve. Este plano de requerimientos tuvo una dirección precisa, la UFCo, y no hubo
mención directa hacia el Gobierno. En este orden de ideas, los cuatro pliegos de los gremios
en las huelgas de Guayaquil fueron la libertad de los obreros recluidos, el descenso de la
divisa, el aviso de despido con un plazo pertinente y la disminución de las horas de trabajo;
este último es idéntico a uno de los pliegos de los bananeros.
Adicionalmente, hubo una diferencia en la dirección política de la huelga; pues,
mientras en Colombia la querella era con la UFCo, la desazón en Ecuador fue frente al gobierno
de José Luis Tamayo, quien tuvo una relación burocrática, desde años atrás, con el poderoso
Banco Comercial y Agrícola, lo cual jugaba en desfavor del mandatario a quien se le acusaba
los supuestos benecios de las élites, mientras el resto de la población se quedaba sin
herramientas para afrontar la crisis: «Los conictos entre las distintas fracciones oligárquicas
se tejieron de modo complejo y no tardaron en emerger apenas la crisis económica tocó las
bras más delicadas del engranaje político» (Ansaldi & Giordano, 2016, p. 558).
A esta altura, se hace preciso mencionar el nexo factual entre la oligarquía, las
Revista Killkana Sociales Vol. 5, No. 2, mayo-agosto, 2021
46 Felipe, Galeano
relaciones internacionales y el poder que las bancas guayaquileña y nacional ejercían no
solo sobre los derroteros económicos del Estado, sino también en las decisiones políticas,
especícamente en la inuencia que el gerente de dicho banco, Francisco Urbina, tuvo
sobre la política nacional. Esto se resume nuevamente en el prisma socioeconómico del
cacao: «En Ecuador, la explotación más rentable fue la del cacao en la costa, donde, gracias
al acumulación proveniente del comercio internacional, se consolidó, además de los
sectores propietarios rurales, un grupo poderoso de comerciantes y banqueros» (Ansaldi
& Giordano, 2016, p. 550).
Este tipo de condiciones y desacuerdos dejaron entrever que ambas masacres, quizá,
hubieran podido evitarse, si hubieran cedido las partes, sobre todo la impugnada. Tamayo
no accedió a una mesa de diálogo, y la UFCo dio prioridad a sus intereses por encima de las
garantías de los trabajadores, lo que detonó la revuelta y el cese de actividades laborales;
así lo rastrea estéticamente el escritor de Aracataca: «La huelga grande estalló. Los cultivos
se quedaron a medias, la fruta se pasó en las cepas y los trenes de ciento veinte vagones se
pararon en los ramales» (García Márquez, 1976, p. 254).
De manera semejante, en Las cruces sobre el agua se reeja cómo la agitación era
inminente y no solo obedeció a un plano generalizado, sino a situaciones particulares en
la relación con los patrones: «Alfredo casi mantenía la opinión de cuando trabajaba donde
Mano de Cabra: antes que declararse en huelga es preferible darle una patada a los patrones»
(Gallegos, 2016, p. 211).
Estas aventuras marcaron puntos de quiebre en las relaciones de poder social, hasta
entonces forjadas por un marasmo de imperturbabilidad, y que sirvieron de aliento para
inuir en el ímpetu sindicalista de los años posteriores, como verican Cardoso & Faletto
(2002): «Las huelgas obreras y las reivindicaciones de los trabajadores de UFCo […], si bien
fueron reprimidas muchas veces de forma violenta, señalaban la naciente complejidad de la
estructura económica y social del país y posibilitaron y crearon las condiciones para conmover
la política colombiana» (p. 277).
4. Primeras consecuencias
Concerniente a la cantidad de muertos de ambas masacres, las cifras resultan
inestimables; sin embargo, hay una evaluación de alrededor de 1500 muertos, en las
Bananeras, y de centenares, en la de Guayaquil —miles, según testigos—. En este aspecto,
hubo rasgos semejantes y que les dieron un carácter aún más célebre a los sucesos; pues,
presumiblemente, hubo fosas comunes y cadáveres sumergidos en mar y río. García Márquez
representa memorablemente la imagen de las víctimas, aludiendo nuevamente a la simbología
del tren, solo que este tendría a la muerte como último puerto, pero se hallaba ante una gura
que se provocaría dantesca y que se ha mantenido en el imaginario colectivo, más allá de que
se sigue elucubrando, hasta ahora, sobre cifras y responsables que parecen determinarse
según la orilla política con la que cada quien comulgue en la coyuntura actual:
Cuando José Arcadio Segundo despertó estaba boca arriba en las tinieblas. Se dio
cuenta de que iba en un tren interminable y silencioso, y de que tenía el cabello
apelmazado por la sangre seca y le dolían todos los huesos. Sintió un sueño
Revista Killkana Sociales Vol. 5, No. 2, mayo-agosto, 2021
47Las Bananeras y la masacre de Guayaquil: literatura y génesis
insoportable. Dispuesto a dormir muchas horas, a salvo del terror y el horror,
se acomodó del lado que menos le dolía, y sólo entonces descubrió que estaba
acostado sobre los muertos. No había un espacio libre en el vagón, salvo el corredor
central. Debían de haber pasado varias horas después de la masacre, porque los
cadáveres tenían la misma temperatura del yeso en otoño, y su misma consistencia
de espuma petricada, y quienes los habían puesto en el vagón tuvieron tiempo de
arrumos en el orden y el sentido en que se transportaban los racimos de banano
(García Márquez, 1976, p. 347).
Dentro de ese mismo juego de realidades, sucesos y representaciones, se ha tejido,
para el caso de la masacre de Guayaquil, una imagen que persiste cada año, pues sobre el río
Guayas, cada 15 de noviembre, se lanzan cruces sobre el agua en homenaje a las víctimas,
ritual que rememora aquellos cadáveres cuyos vientres fueron abiertos para que no reotaran
sobre el agua, aunque sí rebalsaron sobre la memoria de los ecuatorianos, como se mimetiza
en este fragmento de Gallegos (2016) y que, si no se conociera aquel homenaje anual, se creería
que algo así solo pudo basarse en la inventiva de un gran escritor, más que en una realidad.
Ahí debajo, de donde están las cruces hay fondeados cientos de cristianos, de una
mortandad que hicieron hace años. Como eran bastantísimos, a muchos los tiraron
a la ría por aquí, abriéndoles la barriga con bayoneta, a que no rebalsaran. Los que
enterraron en el panteón, descansan en sagrado. A los de acá ¿cómo no se les va a
poner la señal del cristiano, siquiera cuando cumplen años? Entonces, Alfonso reparó
en la extraña coincidencia: ese día era 15 de noviembre (…) Las ligeras ondas hacían
cabecear bajo la lluvia las cruces negras, destacándose contra la lejanía plomiza del
puerto. Alfonso pensó que, como el cargador lo decía, alguien se acordaba. Quizá esas
cruces eran la última esperanza del pueblo ecuatoriano (p. 280).
5. Síntesis
A continuación, se comparte una contextualización ordenada de los principales
puntos comunes o divergentes en las obras y las masacres, consecuente con los aspectos
más signicativos de la investigación.
Revista Killkana Sociales Vol. 5, No. 2, mayo-agosto, 2021
48 Felipe, Galeano
Suceso
Huelga General Las Bananeras
Espacio Guayaquil (Guayas, Ecuador), región
Costa.
Ciénaga (Magdalena, Colombia),
Costa Atlántica.
Tiempo 15 de noviembre de 1922. 5 y 6 de diciembre de 1928.
Móviles - Declive en la exportación
cacaotera.
- Precarización laboral.
- Devaluación.
- Precarización laboral.
Gobernante José Luis Tamayo (1858-1947),
presidente entre 1922 y 1924.
Miguel Abadía Méndez (1867-1947),
presidente entre 1926 y 1930.
Producto y objeto
emblemáticos
- Cacao. Se reduce de 8 a 4 sucres la
libra, lo que contribuye a la inación
traducida en la desequilibrada
relación entre el salario y el costo de
vida y, por ende, en la precariedad
laboral.
- Ferrocarril, impulsado por Eloy
Alfaro desde 1870.
- Banano. Colombia, a la altura
de 1928, es el tercer exportador
mundial de banano. Sin embargo,
los dividendos de su exportación,
además de la cuestionada
participación de la United Fruit
Company, no generaban bienestar
social en los trabajadores del sector.
- Ferrocarril, desde 1911.
Perpetradores - Polícia y ejército ecuatorianos.
- Gobierno.
- General Barriga.
- Ejército colombiano.
- Gobierno.
- General Cortés Vargas.
- United Fruit Company (UFCo).
Víctimas Huelguistas y parte de la población
general.
Huelguistas y parte de la población
general.
Lema «Hasta hoy el pueblo ha sido
cordero, pero mañana se convertirá
en león», José Vicente Trujillo.
«¡Viva Colombia libre!, ¡viva la
huelga!», Raúl Eduardo Mahecha .
Pliego - La libertad de los obreros
recluidos.
- Ascenso de la divisa.
- Aviso de despido con un plazo
pertinente.
- Disminución de las horas de
trabajo.
- Pago de un seguro colectivo
obligatorio y de uno contra
accidentes laborales.
- Derecho al descanso dominical.
- Aumento de los jornales.
- Eliminación de los comisariatos.
- Pagos semanales y en efectivo.
- Abolición de los vales.
- Supresión de los intermediarios en
los contratos.
- Creación de hospitales.
Revista Killkana Sociales Vol. 5, No. 2, mayo-agosto, 2021
49Las Bananeras y la masacre de Guayaquil: literatura y génesis
Gremios - Guayaquil and Quito Railway.
- Empresa Eléctrica.
- Federación de Trabajadores
Regional del Ecuador (FTRE).
- Gran Asamblea de Trabajadores de
Empleados de la Empresa de Luz y
Fuerza Eléctrica.
Trabajadores de la United Fruit
Company.
Víctimas Variable, según las diversas
referencias.
Variable, según las diversas
referencias.
Obra literaria que
representa la masacre
Las cruces sobre el agua, de
Joaquín Gallegos Lara.
Cien años de soledad, de Gabriel
García Márquez.
Estilo o tendencia estética Realismo social. Realismo mágico.
Año de publicación 1946. 1967.
5. Conclusiones
Este análisis ha permitido abordar un plano de generalidades que ayudan a
comprender la génesis, el contexto, las circunstancias y la percepción estética de dos
masacres que han inuido en el trasegar de la lucha obrera durante las décadas posteriores
a la de 1920. Es imprescindible conocer la forma como se ha tejido la memoria de los pueblos,
no solo desde la historiografía sino desde otras ópticas que han puesto en diálogo a los
testigos de los hechos, a quienes los mimetizan, a quienes los analizan cientícamente,
para hacer un pertinente ejercicio de reconstrucción de estos, y generar reexiones sobre
sucesos que no están vanamente registrados, sino que están ahí en los anaqueles de la
memoria para ser redescubiertos y reconstruidos críticamente.
Los puntos comunes encontrados en ambas realidades permitieron desarrollar
unas expectativas estimadas previamente y que complementan un plano comparativo, no
solo en función de las diferencias, sino de las semejanzas, desde un nivel de parcialidad
gradual, desde dos materias de enriquecedora complementariedad como son la literatura
y las ciencias sociales, como forma de enriquecimiento interdisciplinario en el ejercicio de
la investigación cientíca.
Revista Killkana Sociales Vol. 5, No. 2, mayo-agosto, 2021
50 Felipe, Galeano
Bibliografía
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Recibido:
27 de marzo de 2021
Aceptado:
9 de abril de 2021